EL DESCUBRIMIENTO FREUDIANO


Beatriz Elena García Arboleda


RUPTURA EPISTEMOLÓGICA

El psicoanálisis pone en evidencia que nuestra época ha forjado una nueva manera de “vivir” la enfermedad, a partir de él ya no se hereda más un mal ni un destino, sino que se lo “fabrica” en su cuerpo.  El enfermo de hoy participa en su tratamiento, la enfermedad no es más lo trágico más allá de una historia, sino el síntoma de una cura posible.

El psicoanálisis nace en medio de un movimiento teórico y clínico dominado por la psiquiatría organicista, Freud estudia la hipnosis como método de tratamiento de la histeria descubierto por Joseph Breuer. El nacimiento del psicoanálisis está señalado en el año 1896, momento en que Freud retorna a Viena luego de un año de estudios en París en la Salpetriere al lado del psiquiatra francés Jean Martin Charcot, momento en el que Freud con los elementos transmitidos por éste sobre su método anatomo-clínico por medio de la sugestión y el descubrimiento de la libido como motor de los síntomas, sigue su propio camino en el descubrimiento de un método renovador y de una teoría revolucionaria.

El historiador Carlo Ginzburg, citado por Elizabeth Roudinesco[1] señala en su ensayo crisi della ragione de 1979, que hacia el fin del siglo XIX  el campo de las ciencias humanas ha visto la emergencia de un modelo epistemológico al cual hasta el presente no se le ha acordado una atención suficiente.  Dice que el analisis de este paradigma puede ayudar a salir de los impases que encuentran los epistemólogos y los filósofos cuando oponen el racionalismo a la irracionalidad.  

Es en torno a la problemática del trazo, del indicio, del signo o de la pista que se articulan hacia 1890 los descubrimientos fundamentales del pensamiento moderno en materia de las ciencias humanas.  Desde este punto de vista la oposición entre la razón y la sinrazón, la norma y la patología, lo verdadero y lo falso se marca en la alternancia filosófica que pretende discernir lo racional  y lo irracional.

El psicoanálisis inventado por Freud en 1896, emerge de una base de saber y se inscribe en el marco de una concepción de lo inconsciente ya presente en el campo de investigaciones de su época.  El objeto de estudio de Freud no es una psique individual ni una colectiva, su método no revela una clasificación jerárquica de los índices o de una tipología de las distinciones raciales y su doctrina no se compara con una visión galileana de la ciencia.  Bien que busca elaborar un paradigma específico, el psicoanálisis no sacrifica el elemento individual por la generalización abstracta.  El propone una universalidad sin por tanto ceder en los principios de una formalización de inspiración fisico-matemática.  Es a Copernico y no a Galileo que Freud hace referencia para elaborar una teoría del inconsciente en ruptura con todas las propuestas en su época.  La “revolución freudiana” va a la par con un abandono progresivo de nociones tales como la herencia, la degeneración, el organicismo, la raza o el instinto para marcar la emergencia de un campo nuevo donde se enuncian los conceptos de pulsión, represión, transferencia y tópica.  Ellos surgen al lado de los índices antiguos de lo arcaico biológico, sin borrarlos, pero haciéndolos funcionar como detritos (restos) metaforizados. 

La universalidad profesada por Freud no tiene el sentido de una racionalidad universalizante.  Su teoría del inconsciente no reposa sobre un supuesto según el cual la individualidad humana sería cognoscible hasta las fronteras de una imaginaria animalidad. Se diferencia de las otras doctrinas de su época por la integración de la anomalía misma en el corazón de una comprehensión no normativa de la individualidad.  Y se universaliza escapando a los criterios de la psicología.

En el momento que Freud interpela el síntoma histérico, el arte y la literatura se interrogan sobre sus formas o sus fronteras, es decir, sobre las condiciones propias de una escritura, pero solo el psicoanálisis dio el salto a lo desconocido.

El trabajo con Breuer le deja a Freud  el historial clínico de Anna O, llamada verdaderamente Bertha Pappenheim, quien no fue paciente de Freud, sino de Breuer.  La historia de Anna O  devino legendaria  y funciona como uno de los mitos fundadores de la historia del psicoanálisis.  Si Freud descubre el inconsciente, Bertha Pappenheim  ha “inventado” la cura.  Anna O toma el hábito de contarle a Breuer sus alucinaciones, sus angustias, las diferentes incidencias que perturban su existencia, y un día después de haber hecho el  recital de ciertos síntomas, estos desaparecen.  Después le da nombre a sus descubrimientos,  llama “cura por la palabra” o “limpieza de la chimenea” al proceso que la conduce hacia la recuperación.  Literalmente es Anna O quien ha inventado el psicoanálisis. 

Debido a la relación transferencial y al tinte sexual que esta ha tomando, aunque rechaza tal idea, Breuer prefiere interrumpir el tratamiento y se aleja de la paciente.  Esta ha hecho síntoma de parto imaginario que testimonian de un embarazo histérico, una pseudosiesis, de lo cual Breuer no se da cuenta puesto que está persuadido del carácter asexuado de las perturbaciones de su paciente, pero parece por tanto afectado por el comportamiento de Anna.

Finalmente la ruptura de Freud y Breuer pasa por la problemática del sexo y de la relación transferencial.  Con toda evidencia Breuer muestra una cierta repugnancia a hablar del caso Anna O. Y señala, a propósito, que el elemento sexual es poco marcado.  En el prólogo de 1908 de la segunda edición de Estudios sobre la histeria, texto escrito entre Freud y Breuer,  Freud señala que en este texto está en germen todo lo que se adjuntó posteriormente a la teoría catártica:  el rol del factor psico-sexual, el infantilismo, la significación de los sueños y el simbolismo del inconsciente.  Un poco más tarde, este también será el motivo de la separación de Jung. 

A partir de las observaciones obtenidas al lado de Charcot, aunque este privilegia una concepción “experimental” de la clínica,  Freud es llevado a concebir la posibilidad de un pensamiento desligado de la consciencia, que produce efectos somáticos a espaldas de los individuos, dado que la histérica es “poseída” por sus síntomas.  A su retorno a Viena Freud se separa progresivamente de una clínica dominada por la función de la mirada, el culto al cuadro y a la lección, lo que sucedía en la Salpetriere.  Freud va a poner en obra una nueva práctica fundada sobre el primado de la escucha y del recital. 

Como lo señala Elisabeth Roudinesco, al término de esta doble reversión, donde la histérica alcanza un lugar central, la noción de inconsciente emerge y el psicoanálisis ve el día, el médico renuncia a ver y a tocar, se aleja de dos términos que dividen la clínica del siglo XIXe., al mismo tiempo la palabra cambia de campo, el sabio se calla y guarda para él sus comentarios, se retira en el silencio, dejando al enfermo el cuidado de sanarse él mismo.  Con la entrada en escena de “la escucha freudiana” el paciente ocupa el lugar reservado antes al médico, él deviene creador, predicador, romántico, inventa un discurso y fabrica su caso.  

En la Salpetriere el espacio psíquico es el gran ausente, será necesario que Freud recorra todo el camino, con sus obstáculos, sus escondrijos y sus trampas, para constituir este espacio y diferenciarlo.  Le será necesario reconocer en la conversión (metáfora espacial) no como se ha creído, la forma efectivamente prevaleciente de la histeria, sino el modelo de su mecanismo, que haya o no síntomas somáticos; esto supone  precisamente que los resortes no serán más buscados en el cuerpo, directamente en los lugares del cuerpo sino en el agenciamiento del fantasma con sus leyes espacio-temporales propias, no más en el cuadro gestual y figurado sino en las posiciones identificatorias variables, múltiples y escondidas.

La palabra “histeria” designa desde la Antigüedad  una enfermedad orgánica de origen uterino que afecta el cuerpo entero, Hippocrates es quién inventa el término.  Las perturbaciones nerviosas son observadas ante todo en mujeres que no han tenido embarazos o que abusan de los placeres carnales.  El tratamiento recomendado es el matrimonio para las solteras y las viudas.  En la Edad Media, bajo la influencia de las concepciones augustinianas, se ve en las manifestaciones histéricas una intervención del diablo.  La cacería de brujas dura dos siglos y entre las víctimas dichas “poseídas” se cuenta sobretodo histéricas, ya en esta época la opinión médica se resistía a la concepción demoníaca de la histeria.  En el siglo XVII, antes de Charcot, Charles Lepois afirma que esta enfermedad viene del cerebro puesto que ella ataca a los dos sexos, la teoría “uterina” es entonces rebatida.  Se evoca paralelamente el rol de las emociones en el origen de las perturbaciones.  Según Michel Foucault, hasta el fin del siglo XVIIIe. con Pinel, el útero y la matriz están presentes en la patología de la histeria, pero gracias  a un privilegio de difusión por los humores y los nervios, y no por el prestigio particular de su naturaleza.

Charcot inaugura un modo de clasificación que diferencia la crisis histérica de la crisis epiléptica y libera las enfermas de la acusación de simulación.  Lo esencial del descubrimiento de Charcot esta sobre los puntos siguientes, abandona la antigua definición de histeria y la sustituye por la moderna de neurosis, lleva esta a un origen traumático teniendo un lazo con el sistema genital,  después demuestra la existencia de la histeria masculina, la cual no se cree verdaderamente, y pasa así de una suerte de semántica de los fluidos circulando de la matriz hacia el cerebro a una semiología de la neurosis.  Charcot abandona entonces la cuestión del útero para hacer de la histeria una enfermedad nerviosa, de origen hereditario y orgánico, y para desligarla de la simulación,  él renuncia a esta etiología sexual antigua en la cual Freud va a apoyarse para desligar enseguida la neurosis del campo de la enfermedad orgánica.  Una noche, dice Roudinesco, de 1886 el joven Freud aprehende de la boca de Charcot que el maestro  “sabe” del primado de las causas genitales pero ellas deben quedar secretas en sus alcobas.  Reconvocar el sexo será par Freud a la luz del caso Anna O, salir del espacio de la enfermedad y dar al concepto de neurosis un estatuto que escapa a los cuadros de la neurología. 

En realidad es Charcot el iniciador de una clínica de la neurosis histérica, el término neurosis ha sido introducido por el médico escosés W. Cullen en 1777, y bajo esta categoría se clasifican las afecciones mentales a las cuales se atribuye un origen orgánico preciso, se las denomina “funcionales”, es decir sin inflamación ni lesión del órgano donde el dolor aparece, son entonces consideradas enfermedades nerviosas.

Para explicar que la histeria no es una enfermedad del siglo industrial, sino una afección precisa que puede recibir una descripción nosológica, Charcot demuestra que los estigmas son reoperables en las obras picturales, afirma que la histeria es la misma en todo lugar, y encuentra en las crisis de posesión y de éxtasis conocidas desde la Antigüedad los síntomas de una enfermedad que no ha recibido su definición científica.  Con esta relación de la histeria a la obra de arte Charcot hace del pintor una suerte de médico de la transparencia anatómica del cuerpo.  Para él el artista es un copiador que pone sobre su época o sobre el tiempo antiguo la marca de su talento, y la obra de arte, una suerte de histeria lograda.  Esta concepción de la creación es aquella de los terapeutas del siglo XIXe. Y de la primera mitad del siglo XX, que ven en el don la marca de la locura.

Freud transforma el concepto de neurosis y llega a una nueva concepción de la creación y de las formas, la misma que divulgan los defensores de la modernidad.  Así en el momento donde la histeria está a punto de recibir una definición que pone en juego el primado de la sexualidad, en el momento donde toma una autonomía frente a la herencia y al organicismo, en el momento donde la mirada se borra y donde una palabra es escuchada, una concepción freudiana del arte puede afirmarse, desligarse de los ideales de la imitación.  Sosteniendo que “la histeria es una obra de arte deformada”, Freud establece una relación nueva entre el arte y la neurosis, el genio y la locura, el inconsciente y la letra.  Son los escritores más que los psicoanalistas quienes entendieron este mensaje.  Freud por el  psicoanálisis , cuenta la verdad de la neurosis partiendo de los “falsos” síntomas de la histérica, haciendo bascular en el dominio científico el conjunto de la problemática de la simulación.

Briquet, describe la histeria según una clínica que integra los fenómenos “sociológicos”, el  hace entrar en la enfermedad las cosas de la vida, las reproducciones ritmadas de la naturaleza, los movimientos de los astros, las recuperaciones del útero, la edad y las condiciones de vida.  Charcot rechaza esta concepción y procede a la inversa de Briquet a una clasificación de la histeria que liga la descripción del síntoma a la búsqueda de las diferencias y las correlaciones así como al examen de las partes anatómicas.  Freud a su turno va a abandonar el método de Charcot para fundar una nueva clínica, también “semiológica” como la del maestro, pero que reintegra en su campo el dominio de lo “sociológico” por la vía del recital, de la fantasía, de la palabra y del lenguaje.

De hecho Briquet había desplazado la sede de la histeria de los órganos sexuales hacia el encéfalo, con él el síntoma había cambiado de sentido:  de sexual había devenido afectivo y sujeto a diversas transformaciones, de donde emerge la idea de una tipología social de la histeria. 

Dice Elisabeth Roudinesco[2] a Charcot le es necesario separarse “teóricamente” de la “cosa genital” para construir el concepto de neurosis histérica y darle un estatuto de enfermedad “verdadera”, y a Freud le es esencial afirmar el rol central de la sexualidad, para desprender a la histeria del saber médico y de las antiguas doctrinas morales o sociológicas.   

Continuando un poco con el proceso clínico necesario a la invención del psicoanálisis, vemos que una vez más una mujer contribuye a ello, se trata de Emmy von N. Permite a Freud abandonar la sugestión, aprendida con Charcot, herencia también de la hipnosis, al indicarle el lugar que debe ocupar en la cura:  “No se mueva.  No diga nada! No me toque!” grita ella en 1889.  La ciencia del terapeuta puede entonces desprenderse del saber del enfermo y la escucha deviene el instrumento de una nueva clínica de la neurosis.

En el artículo titulado Algunas consideraciones para un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas, redactado entre 1888 y 1893, Freud produce un verdadero revolcón de la doctrina de su maestro Charcot, por primera vez en la clínica de las enfermedades nerviosas, la independencia de la histeria frente a la anatomía del sistema nervioso es demostrada;  Freud define un nuevo espacio de la neurosis fundado sobre la observación del hecho psíquico “por sí mismo”.  Afirma que la histeria no simula jamás las parálisis perifero-espinales o de proyección, que las parálisis histéricas comparten solamente el carácter de parálisis orgánicas de representación, donde los síntomas se encuentran como fragmentados en la histeria: la histeria se comporta en sus parálisis, y otras manifestaciones, como si la anatomía  no existiera o como si ella no tuviera ningún conocimiento, dice Freud. 

Después de haber demostrado que una alteración funcional puede existir sin lesión orgánica concomitante, el reclama el permiso de hacer pasar el estudio de la histeria sobre el terreno de la psicología.  Un tal pasaje es necesario a sus ojos para comprender que una parálisis histérica del brazo consiste en el hecho que “la concepción del brazo no puede entrar en asociación con las otras ideas que constituyen el yo, donde el cuerpo del individuo forma una parte importante. La lesión sería pues la
abolición de la accesibilidad asociativa de la concepción del brazo.  Entonces el brazo sería paralizado en proporción a la persistencia de este valor afectivo o de su disminución por medios psíquicos apropiados.

Cuando Freud se encuentra con Jung, compara la psiquiatría a una tierra prometida que el sueña conquistar;  cuando se aleja de él, es para abdicar, y replegarse sobre su gueto.  Continua reflexionando sobre el tratamiento con la psicosis, construye una nueva nosografía, pero al precio de un repliegamiento del psicoanálisis sobre sus fronteras,  el diván y el sillón. Al fin de cuentas, la tierra prometida queda inalcanzable, y a falta de ser conquistada por el psicoanálisis, ella se apropia de sus descubrimientos y sus métodos. 

A pesar de sus diferencias considerables, la psicología individual  de Adler, la psicología analítica de Jung y el análisis psicológico de Janet son más próximas las unas a las otras que al psicoanálisis de Freud.  Estas tres doctrinas tienen en común el dejar de lado el primado de lo sexual y guardar la idea de un inconsciente haciendo parte de la consciencia, un “subconsciente” o un “supraconsciente”.  De hecho mantienen en sus apelaciones la misma palabra “psicología”.

Después de Pinel cada gran alienista comienza por presentar un sistema de clasificación que juzga más adecuado que aquel de la época precedente.  Seguido, como es el caso de Kraepelin, los clínicos proceden ellos mismos a reformas sucesivas de su propio sistema.  De hecho las fronteras entre las diferentes afecciones no son jamás rigurosas, se ha visto que los psiquiatras de lengua alemana rechazan la nosografía de Charcot y la asimilación que hace de la neurosis traumática de la histeria.

Kraepelin piensa que la psicología de la normalidad puede proveer a la clínica una herramienta conceptual enriquecedora.  En este sentido, el se opone a la escuela francesa de Claude Bernard y de la anatomo-clinica que sostiene al contrario que lo patológico aclara lo normal de la misma manera que la muerte da sentido al concepto de vida.  A través de Charcot, Freud es impregnado de estas ideas, puesto que Freud más tarde va a señalar mediante el trabajo realizado con el análisis de la autobiografía de Schreber que la psicosis nos presenta de manera explícita los secretos del neurótico, y la idea sobre la muerte y su relación con la vida hace retorno en la elaboración de la pulsión de muerte hacia 1920. 

Bien que innovador, Emil Kraepelin queda ligado al principio de una psiquiatría enteramente medicalizada en la cual el loco es considerado como un individuo peligroso, que hay que encerrar.  En relación a esto la obra de Eugen Bleuler  representa una de las primeras tentativas de “desmedicalización” de la práctica psiquiátrica. 


LA TEORÍA FREUDIANA

La doctrina freudiana  comprende una política que denota la manera como el psicoanálisis concibe las modalidades de su poder y la organización de sus instituciones, durante cuarenta años, desde la Interpretación de los sueños hasta el Moisés  y la religión monoteísta  Freud interroga  sin cesar la problemática del poder, a través de todos los mitos  relativos al nacimiento del héroe.  El destino histórico del movimiento psicoanalítico se lee en la elaboración de los principales conceptos freudianos.  Freud oscila permanentemente entre las dos concepciones del poder.  Una emerge del descentramiento, de la división, de la revuelta, de la ruptura; esta da cuenta del primado de la castración sobre el dominio imaginario;  sitúa  el jefe, el soberano, el gran hombre, el príncipe, bajo la categoría de la herida narcisista, en el lugar de un amo sin mandamientos.  La causa defendida por entonces es la de la subversión, del furor, de la resistencia.  La otra posición procede de la sublimación, de lo soberano, del culto del jefe y de la unidad del yo;  atribuye al héroe el lugar de un padre fundador, de un rey autoritario;  la causa sostenida entonces es la de la unidad del imperio y de la universalidad de la doctrina, de la religión monoteísta.  Un hijo legendario comete un asesinato ritual, simbólico o real, como consecuencia de una revuelta contra el padre tirano, sin ley, gozón.  Se erige el padre muerto como símbolo de la ley, el hijo reina en el lugar del padre muerto deviniendo él mismo el padre elegido de un pueblo, pero esta vez bajo una ley que rige para todos y no solo para los hijos.  Ambas concepciones están mezcladas una en la otra , contradictorias pero imposibles de separar.  Estas dos concepciones del poder acompañan permanentemente la historia de la política del movimiento psicoanalítico, ellas explican sus rupturas, sus escisiones, sus tragedias , sus fracasos, sus suicidios.
El sexo y el inconsciente son al comienzo del siglo XX los términos mayores de una transformación radical de las prácticas curativas.  El abandono generalizado de la hipnosis, altamente proclamada, y débilmente teorizada, concretiza una reorganización de la psicología y de la psiquiatría, es decir, de los dos dominios del saber concernidos por el aproximamiento del hecho psíquico y de la enfermedad mental.

En esta perspectiva , el conflicto que opone Jung a Freud entre 1906 y 1913 sobrepasa ampliamente el marco del movimiento psicoanalítico.  Este recae sobre los conceptos (el inconsciente, la sexualidad) y un método (el test asociativo contra la asociación libre);  se organiza en torno a un lazo transferencial, imposible a disolver, entre un maestro que defiende su doctrina y un discípulo que quiere fundar la suya.

Desde 1906 Jung sostenía que el no compartía las ideas de Freud sobre la sexualidad infantil y que consideraba el psicoanálisis como una terapéutica como las otras.  Su método del test asociativo mantenía contra la técnica de las asociaciones libres, la idea de un poder inductor, de una sugestión hipnótica, de una influencia, de una comunicación telepática.  Su concepción de la demencia precoz y el complejo se diferenciaba a la vez de la nocividad tóxica de Bleuler y de la disposición estructural de Freud.

Jung reconocerá el rol esencial del auto-erotismo en la génesis de la demencia precoz, este término designa un comportamiento sexual infantil precoz en el cual una pulsión parcial, ligada al funcionamiento de un órgano o a la excitación de una zona erógena, encuentra su satisfacción sin recurrir a un objeto exterior y sin referencia a una imagen del cuerpo unificado.  Constatando que Bleuler acuerda una gran importancia a las relaciones del auto-erotismo y al infantilismo, pero repugna emplear la palabra libido.  Jung propone a Freud reservar el término “sexual” a las manifestaciones extremas de la libido o de suprimirlo en los otros casos.  A lo que Freud responde que guardar el término libido solo para la sexualidad  explícita, esta no deja de ser menos libido y en todo lo que hagamos descorrer , volveremos a lo que queremos quitarle la atención por una denominación.  Si no podemos ahorrarnos las resistencias, porque no, quizá, provocarlas de inmediato?  Lo que se nos demanda no es nada diferente, le dice Freud, que negar la pulsión sexual, reconózcanlo!

Jung quiere evadir el peligro del “pansexualismo”, término inventado por Bleuler para caracterizar peyorativamente la doctrina freudiana, y sigue a éste quién logra forjar la noción de autismo censurando la palabra auto-erotismo.  Así logra pues amputar al “auto-erotismo” de su ero(s), así obtiene autismo.  Con lo cual pretende exorcisar la doctrina.

Así este término va a sostenerse en la psiquiatría para designar el síntoma mayor de la esquizofrenia, es decir la polarización de la vida mental del sujeto sobre su mundo interior, en una pérdida de contacto con la realidad.  En realidad el saber psiquiátrico ha guardado el autoerotismo al lado de autismo, evacuando los lazos históricos que unen los dos términos.  El primero guarda un contenido sexual y el segundo lo excluye.

Sobre esta misma vía va la discusión entre los términos introversión y narcisismo.  Jung en 1910 utiliza el término introversión  para señalar el retiro de la libido de sus objetos exteriores y su retiro sobre el mundo interior del sujeto.  Y entonces connota la psicosis como neurosis de introversión.  Freud  hacia 1914 retoma la formulación jungiana limitando el uso de la introversión al retiro de la libido sobre los fantasmas, o fantasías.  Le propone el término de narcisismo primario como revestimiento de la libido sobre el yo, y secundario, como retiro de la libido de los objetos y revestimiento consecuente sobre los fantasmas.  Y concibe a la psicosis como una neurosis narcisista.

Si la noción de autismo deriva en una exclusión de lo sexual, la de esquizofrenia pone en juego uno de los conceptos mayores que comparten al comienzo del siglo XX la teoría freudiana y el saber psiquiátrico.  Schize en griego, quiere decir disociación, ruptura, clivaje, spaltung en alemán.

La locura en la perspectiva freudiana escapa al dominio de la enfermedad mental, como la histeria había escapado de la de enfermedad de los nervios.  Ella recibe entonces una definición no normativa:  la neurosis es el resultado de un conflicto, la perversión del desmentido de la castración y una fijación a la sexualidad infantil, y la psicosis la reconstrucción de una realidad alucinatoria.

El estudio del caso de Daniel Paul Schreber  permite a Freud demostrar que el conocimiento paranoico que el loco tiene de sí mismo es tan “verdadero” como el racional del clínico.  En esta perspectiva , la psicosis cesa de ser la propiedad del saber psiquiátrico para devenir aquella de un sujeto hablante.  Como la histérica que había “inventado” la cura por la palabra, como el poeta que posee un saber espontáneo del inconsciente, el loco paranoico es capaz de fabricar, mejor que el psiquiatra, una teoría verdadera de su caso.

Freud es un teórico o doctrinario allí donde Bleuler es pragmático o empirista.  Ambos con Jung en el medio, están a la búsqueda de esta lengua fundamental de la psicosis que los sabios de su tiempo reoperan en los glosarios sonambulistas y en un otra parte “marciano”, extraño y próximo.  Bleuler la encuentra en una aproximación dinámica de la esquizofrenia, en un contacto  estrecho con el enfermo.  Freud, no es por azar, la descubre a distancia de la relación terapéutica, a través de la paranoia, en un texto escrito, y no en una “palabra viva”.  El arrebata la psicosis a la psiquiatría, como había arrebatado la neurosis a la neurología, desembarazándola de su anclaje hereditario y orgánico.  Como Kraepelin y como más tarde Lacan, Freud es fascinado por la paranoia, que deviene, para él, el modelo mismo de toda psicosis, sin duda porque es la forma de la locura que se aproxima más de la elaboración teórica, es decir de un modelo de conocimiento de sí y del mundo totalizante, megalomaníaco, persecutorio, interpretativo, solitario y sistemático.  Existe siempre entre la teoría y el deliro, entre un  sabio y un loco, entre el edificador de impero y un alienado una aproximación que pasa por la paranoia.

Los trabajos del fin del siglo XIX sobre la histeria y la hipnosis están impregnados de la idea de un “otro lugar” y de nociones tales que el “desdoblamiento de la personalidad”, la “doble consciencia”, lo “extraño”., etc.  Breuer, Freud y Janet comparten este terreno y postulan la hipótesis de una coexistencia en el seno del psiquismo de dos grupos de fenómenos, incluso dos personalidades que pueden ignorarse mutuamente.  Para el psicoanálisis, la historia de la elaboración del concepto de clivaje (Spaltung) va a la par con la del inconsciente.

Muy pronto el ichspaltung o clivaje del yo designa una división intrapsíquica, es decir una posición conflictiva del yo, en la cual el sujeto es separado de una parte de sus representaciones.  Por este camino Freud comienza una ruptura con la psicología del desdoblamiento fundado sobre el primado de la consciencia.  En efecto si el yo es clivado, escindido, en el marco de un sistema psíquico, sostenido sobre una tópica, y en sí mismo separado en tres instancias, la idea de una dualidad jerarquizada entre una consciencia y un supraconsciente es abandonada a una suerte de dialéctica de las divisiones.  El yo escindido no es un yo entero, la consciencia no es más la parte racional de un subconsciente escondido, sino que al contrario, este yo, esta consciencia son ellos mismos pensamientos bajo la categoría de un inconsciente, en obra, en acto, en movimiento.  El sujeto dividido es el lugar de coexistencia “pacífica”, es decir “conflictiva” entre dos actitudes psíquicas, la una contraría la exigencia pulsional y tiene en cuenta a la realidad, la otra la deniega y pone en su lugar una producción deseante.  En esta óptica, las “dos actitudes persisten juntas sin influenciarse recíprocamente.

Esclarecido por la psicosis de un lado y de la perversión del otro, el concepto de clivaje del yo va a adquirir después de 1920 un estatuto específicamente analítico.  En Freud la psicosis no es más retiro, autismo, sino reconstrucción.  Se encuentra en ella, como en la neurosis, la coexistencia de las dos posiciones del yo:  la una tiene en cuenta la realidad, la otra se traduce por la producción de una nueva realidad, delirante, pero también “verdadera” como la otra.  Se ve entonces porqué, en el debate con Jung y Bleuler, Freud privilegia la paranoia contra la esquizofrenia, manteniendo sin embargo dos vertientes psicóticas.  Por ella y a través de la división ternaria de los lugares, se ubica una organización estructural de la personalidad delirante, donde el orden rígido de lo normal y de lo patológico está abolido a favor de una dialéctica de la represión  que da cuenta del conjunto del funcionamiento del aparato psíquico.  La paranoia contra la esquizofrenia , es la escogencia de la “estructura” contra aquella de la “descripción”, de la “represión” contra aquel de la “comunicación”, etc.

Del lado del fetichismo, es en relación a la castración que Freud encuentra la coexistencia y la persistencia, en el seno del yo, de las dos actitudes contradictorias.  El fetichismo deniega el hecho de una percepción que le muestra la falta de pene en la madre;  esta denegación conduce a la creación de un fetiche, sustituto de un imaginario pene femenino;  pero simultáneamente reconoce la falta e identifica una diferencia entre los sexos. 

Frente a estos descubrimientos Freud testimoniaba a Fliess de las hostilidades que provocaban y del aislamiento del que fue objeto en su época, lo que precisamente le hizo suponer que lo que él había puesto al descubierto apuntaba a las más grandes verdades del ser humano.  Aún hoy, un siglo después, encontramos grandes dificultades para transmitir el psicoanálisis en las universidades, por ello debo agradecer a la Universidad de Nariño, por su apertura frente al psicoanálisis, y personalmente por haberme invitado este fin de semana a trabajar sobre un tema tan apasionante como es sobre la mujer, la sexualidad femenina, y el psicoanálisis.  La verdad es que encontramos que el psicoanálisis es una referencia obligada cuando se quiere trabajar sobre el sujeto, la sociedad, la cultura, cuando se quiere pensar la contemporaneidad, los cambios de discursos que la promueven y en general, las problemáticas individuales y sociales. 

Digamos que aún hoy la psiquiatría, la psicología, la antropología, y muchas otras áreas del saber, de un lado se apropian los conceptos y elaboraciones psicoanalíticos, y del otro critican y censuran la aproximación teórica y clínica del mismo.  A mi manera de ver la “guerra fría” de las diferentes corrientes psicológicas con el psicoanálisis no da cuenta sino de lo mismo de siempre, de la resistencia frente a una verdad que se impone, pero que no queremos ver.  El psicoanálisis pone en evidencia la verdad irrefutable del ser humano, la de sus de pasiones. 

Freud al poner a la pulsión de muerte como pivote alrededor del cual se teje la vida del sujeto, devela que el ser humano está marcado desde su nacimiento por la repetición, elemento que pone al descubierto la compulsión irrefrenable de aquello que se convierte en su esencia misma como sujeto del lenguaje.

La segunda tópica freudiana, con los textos Más allá del principio del placer, El yo y el ello y Psicología de la masas y análisis del yo, obedece a la dialéctica del descentramiento ya expresado por Freud.  La introducción  del concepto de pulsión de muerte actúa en el sentido de una afirmación renovada del principio de herida narcisista.  No solo el yo no es más amo en su casa, sino que su actividad psíquica es dirigida por una fuerza independiente del principio del placer que tiende a hacerlo progresar hacia el estado inorgánico, un progreso que resulta ser un retorno.  Si el ello inscribe el yo en el proceso inconsciente, es porque las pulsiones del yo pierden su  autonomía para obedecer a la gran oposición entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte.  Pensar la categoría del yo bajo la del ello lleva a enunciar que la pulsión de muerte define la esencia misma del proceso pulsional.  En ella, se realiza el carácter eminentemente repetitivo de la pulsión en su generalidad.

Sin la introducción de la noción de pulsión de muerte, Freud no hubiera podido elaborar una psicología de masas, coherente con la doctrina del descentramiento del sujeto.  La pulsión le permite producir un modelo de inconsciente colectivo irreductible a las formulaciones de Gustave Le Bon.  Freud se inspira en el pensamiento tradicional de la psicología de las masas, y al mismo lo enmarca eliminando las nociones de herencia, de profundidad, de mentalidad, de hipnosis y de arcaico, en resumen la herencia de un cierto darwinismo social, en provecho de una estructuración de las identificaciones inconscientes.  En Freud no hay más masas seducidas o intimidadas por los tiranos sino un sistema de representaciones imaginarias en el cual el inconsciente escapa a la doble alternancia de lo individual y lo colectivo.  Ni la sociología del comportamiento de las masas, ni la psicología de los amos, sino un “psicoanálisis” de los ideales de la jefatura y de los modos de funcionamiento de su poder.

Según Gustave Le Bon la masa es un conjunto bárbaro, una suerte de substrato orgánico donde el individuo desaparece para confundirse en la masa de un cuerpo peligroso unificador.  La masa es peligrosa porque es ciega, está atravesada por instintos irracionales, es sujeta a todos los contagios, es imitativa, sugestionable y capaz de obedecer a los tiranos los más sanguinarios.  El individuo en la masa es el naufragio de la razón en la locura, de la consciencia en el inconsciente, de la vida en la muerte, de la salud en la enfermedad.  La masa es hipnotizada por el poder omnipotente de los dictadores de los cuales reclama la autoridad.  En este breve resumen vemos porque la teoría de Le Bon fue la inspiradora de Hitler y de Mussolini.

Le Bon asimila la masa a una hembra epiléptica que el gran hombre debe domar para hacerla su esclava, sola manera de extirpar del alma colectiva todo “instinto” de revuelta.  Esta teoría tuvo el rol de teorizar lo imaginario de un poder en los términos de una sumisión de los ciudadanos a la colectividad, de los esclavos a sus amos.

Freud distingue su concepción del inconsciente de aquella del francés  Le Bon, el inconsciente de Le Bon incluye  ante todo los caracteres los más profundos del alma de la raza, la cual a decir verdad no cuenta para el psicoanálisis individual.  No negamos que el nódulo del yo, el ello, al cual pertenece la “herencia arcaica” del alma humana sea inconsciente, pero el psicoanálisis distingue  fuera de esto, lo “reprimido inconsciente” que sale de una parte de esta herencia.  Este concepto falta en Le Bon.  Freud señala que la psicología de las masas no existe fuera de la psicología individual, y que ella misma no tiene sentido fuera de los esclarecimientos del psicoanálisis.

Freud considera que la imitación entra en la sugestión, y ella misma es  su consecuencia, dicho de otra manera la psicología social se encuentra en el circulo vicioso de donde el psicoanálisis ha salido abandonando la terapéutica de la hipnosis.  Es en este sentido que el concepto de identificación diverge de aquel de imitación que conserva la idea de la simulación, de reflejo, y de sugestión.  La tesis del descentramiento es reafirmada por la introducción de este concepto de identificación  que con el de pulsión de muerte, es el elemento motor de una nueva elaboración tópica.

Progresivamente el concepto de identificación  toma una nueva extensión y designa el mecanismo por el cual la personalidad humana se constituye inconscientemente en su identidad subjetiva.  En el marco de la segunda tópica Freud explica el funcionamiento de las masas por el hecho que el objeto se ha puesto en el lugar del ideal del yo y que en consecuencia  los individuos pueden identificarse los unos a los otros y asegurar la coherencia de una organización.  La división tópica del yo y del ideal del yo permite esta despsicologización que hace  bascular la identificación del lado de una construcción psíquica independiente de la realidad imitativa. En la perspectiva freudiana se trata de una teoría que pone en escena las modalidades de un poder imaginario y que hace depender la psicología de las masas del análisis del yo.  La fascinación, la similitud, la intimidación, la seducción son los efectos manifiestos de un proceso inconsciente más complejo en el cual la identificación es el elemento determinante.

Todos estos son elementos sobre los cuales Lacan se centra para su teoría de la formación del yo, con la fase del espejo, donde postula que el yo se forma a partir de las identificaciones, y que la primera de ellas es la identificación a la imagen de su propio cuerpo.  Ya Freud en varios textos nos señalaba la relación del yo con el cuerpo, bueno Lacan digamos así, pone los puntos sobre las íes.

Es necesario señalar aquí que en Freud no es claro este paso de la psicología individual a la psicología colectiva, y es lo que precisamente emprende Lacan en el seminario XVII, el Reverso del psicoanálisis, con su invención de los cuatro discursos.

Así mismo hay muchos aspectos que en Freud han quedado sin desarrollar, tales como el psicoanálisis de niños, el trabajo con la psicosis y aquel de la esencia feminina, de este último trataremos en el seminario que comenzaremos mañana, donde vamos a trabajar la concepción freudiana de la sexualidad femenina, como la concibió y hasta donde llegó, y luego en otra conferencia veremos como Lacan retoma esta concepción, y cual es su propuesta para separar lo típicamente femenino, confundido hasta el momento con la maternidad.

   La llamada aporía freudiana, señala ese punto obstáculo que encuentra freud en la repetición, por tanto en la pulsión de muerte, y que Lacan logra darles explicación con el apoyo encontrado en otras teorías como la socio-antropología, la lingüística, la lógica matemática, la filosofía, entre otras.

Así mismo hay que señalar que en el caso del psicoanálisis con niños, Melanie Klein tiene un papel innovador en la historia del psicoanálisis, señalando su completa divergencia con las teorías de la hija de Freud, Anna, quién busca mantener el psicoanálisis de niños bajo la dominación de la pedagogía, diciendo que el complejo de Edipo no puede analizarse demasiado de cerca, a causa de una pretendida falta de madurez del superyo infantil, y que el análisis de los niños debe combinarse con el ejercicio de una acción educativa, bajo la autoridad de los padres.  Anna se declaro hostil a las técnicas del juego puestas en boga por su rival Melanie Klein, y condena la practica de la cura para los niños de poca edad.  





DESPUES DE FREUD

En palabras de Roudinesco, la epopeya kleiniana comienza hacia 1920 por un brillante redescubrimiento de la aventura freudiana, y se termina entre los años 45-60 por un fantástico dogmatismo.  Melanie Klein, nace en Viena en 1882 y muere en 1960, deviene la mujer más importante del freudismo, alumna y analizante de Ferenczi, quien la anima a presentar frente a la Sociedad psicoanálítica de Budapest  en 1919 una observación sobre el desarrollo del niño. 

En 1920, es invitada a Berlin por Abraham quien devendrá su segundo analista y le permitirá fundar un nuevo método de psicoanálisis de niños, por el juego, el dibujo, el recortado, el moldeado, etc.  Los análisis en el momento se inclinan sobre los trastornos de la edad escolar, pero evitan interesarse en niños de poca edad.  La investigación kleiniana se encuentra con la de Abraham sobre el terreno de la psicosis, quien no ha sido jamás analizado, y es por tanto, un innovador sobre el plano técnico.  Confrontado al análisis del psicótico, se aleja de la mirada organicista o reductora, e insiste sobre el rol de la sexualidad y sobretodo de la agresividad.  Abraham localiza el origen de las psicosis en los estadios precoces de la infancia, de aquí su interés en los trabajos de Melanie Klein.  A partir de 1920 la escuela berlinesa conquista, para el psicoanálisis, las dos tierras prometidas, la de la infancia y la de la psiquiatría.  Abraham impone el descubrimiento freudiano en medio de la medicina alemana, sin ceder, como Jung, sobre los principios fundamentales:  sexualidad, organicismo, inconsciente. 

La muerte prematura de Abraham permite a Melanie Klein salir del gueto de la Europa oriental e imponer sus tesis en el mundo anglosajón.  En 1925 es invitada por Ernest Jones a Londres a una serie de conferencias en la Sociedad británica.  La escuela kleiniana nace y devendrá el baluarte de una extensión sin precedentes de la doctrina freudiana.  En la historia del movimiento, el kleinismo representa, frente a lo que se puede llamar la “ortodoxia” de la IPA, la primera tentativa de un retorno teórico en el sentido de la enseñanza freudiana.  Melanie Klein no es discípula de Freud pero sí alumna de dos de sus discípulos.  En el momento en el que Freud  inaugura su más importante revolcón teórico, y mientras que el movimiento tiende a fijarse en la posición de un tirano momificado, Melanie Klein redescubre el gesto inicial de Freud, a partir de la infancia y después de la psicosis, es decir a partir de los dominios que él ha dejado en punta.  Klein es, pues, más una renovadora que una discípula.  

Desde el momento en que se abre la brecha kleiniana en la IPA (Internacional psicoanalítica), el psicoanálisis “a la francesa” entra en un estado de crisis permanente.  Esta obertura señala el primer acto de un movimiento que va a desvanecerse en Francia después de la segunda guerra, bajo el nombre de lacanismo.  Jacques Lacan nace en 1901 y muere 1981.  A pesar de la profunda divergencia teórica de los trabajos, la aventura lacaniana está ligada al acontecimiento kleiniano.  Hay una continuidad histórica entre los dos movimientos, en donde el uno es la anticipación del otro, su preludio.

Sin duda el psicoanálisis no hubiera reencontrado su separación de la psicología, como lo había hecho con su fundador, sin el movimiento de “retorno a freud” impulsado por Lacan.   Según Lacan los postfreudianos habían desviado las enseñanzas freudianas, convirtiendo al psicoanálisis en una psicología, para unos centrada en el  análisis del yo y sus mecanismos imaginarios, y para otros en el pretendido vaciamiento de inconsciente con su análisis al infinito de la interpretación incesante;  ambas desconociendo por completo la importancia de la introducción de la pulsión de muerte como reestructuradora de la teoría freudiana. 

Para Lacan, según su concepción en el “Estadio del espejo como formador del yo (je) en la teoría psicoanalítica”[3] El yo es un precipitado de las identificaciones realizadas a partir de las relaciones con sus objetos, donde la primera de ellas, es a la imagen de su propio cuerpo, reflejado en el lugar del Otro, lo que lleva a una extrañeza sentida por el sujeto frente a su propia imagen, porque en su esencia el yo se mueve en la alienación y por tanto en la negación de un real más fundamental, verdadero motor de las características de su formación, lo que lleva a Lacan a diferenciar el yo del sujeto.

En cuanto a la segunda tendencia de la desviación freudiana, Lacan, retomando a Freud considera que la interpretación tiene un límite, y que el análisis no es interminable, la roca de la castración freudiana es retomada por él como el encuentro con lo real, de lo cual no puede darse cuenta explícitamente pero si por alusión, lo que lleva a una construcción, y que más tarde vendrá en su teoría como la construcción del fantasma. 

Esta diferenciación le permite a Lacan  proponer una clínica diferente a la clínica en boga en la IPA, la que denomina “tratamiento de lo real por lo simbólico  En la que a través de la lógica significante, es decir, lo simbólico, va más allá de lo imaginario de las relaciones interpersonales del yo y el pequeño otro, el semejante, para llegar a la relación del sujeto con lo real fundante, la falta.   

  Lacan[4] concibe a la pulsión como el efecto de dos faltas, una real  y otra simbólica, la primera alude a la perdida que tiene el ser viviente por el hecho de ser sexuado, y por tanto su condena a la finitud, su ser para la muerte.  Y la segunda, la falta efecto de la introducción del significante, del lenguaje como elemento estructurador de la vida del sujeto y lo que lo pone en frente de una prohibición y por tanto de una renuncia.  Ambas faltas se recubren la una a la otra.  El animal también está condenado a la muerte, la diferencia es que él no se da cuenta de ello, en cambio el sujeto por la posibilidad estructuradora que le da el lenguaje se da cuenta, habla y se regocija con ello.  En una palabra goza, y pone a girar su vida alrededor de ese real imposible de articular,  pero que sin embargo comanda toda la organización significante de su vida.

  Lacan también se fascina con la psicosis y podemos decir que entra al psicoanálisis por el trabajo con la misma, testimonio de ello es su tesis de doctorado “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad” de 1932  este psiquiatra francés[5],  hará escuela por su manera de abordar la enfermedad mental y por la escucha de aquellos que sufren.  Lacan comprende con su maestro en psiquiatría Gaetan Gatian de Clérambault (1872-1934), la estructura del “automatismo mental”  legado de un pensamiento ancestral que de Clerambault llama también “pensamiento elemental”.  En una época donde la clínica de las psicosis se dispersa en una lista impresionante de delirios clasificados según su temática, de Clerambault logra diferenciar un nódulo común, una perturbación “ por decir así molecular del pensamiento elemental” .  El delirio para él no es más que un elemento agregado, construido a partir de este nódulo, a costa de un trabajo intelectual.  Entre tanto tiene la idea que el origen de una tal perturbación es orgánica.  Es aquí que Lacan se separa , considerando esta tesis como una metáfora de la cual guarda su estructura.

Para Lacan, hay fenómenos elementales en la psicosis que preceden la eclosión del delirio y testimonian una perturbación profunda de la relación del sujeto al lenguaje.  Estos fenómenos muestran que el lenguaje habla solo.

Es con los filósofos y los linguistas como Lacan va concretando la teoría del sujeto al lenguaje.  Es en  Spinoza, Descartes, Hegel, Heidegger y Kant, entre otros, a través de Alexandre  Kojeve y Alexandre Koyré que descubre el nacimiento del sujeto de la ciencia en el cogito cartesiano, y el deseo hegeliano como consciencia de sí deviniendo deseo de deseo, deseo del Otro. 

Que es la consciencia de sí, sino lo que es el deseo del Otro para el sujeto?  El deseo de deseo, es decir, que el sujeto desee lo que el Otro desea. Al sujeto tener consciencia de sí descubre lo que el Otro ha deseado para el sujeto.  Entonces lo que le toca a este sujeto en un análisis es descubrir lo que el Otro ha deseado en él, para que luego se desprenda de ese deseo como deseo del Otro y pueda asumir su propio deseo, vía privilegiada por la cual el sujeto se hará responsable de él y de su existencia.  Esto por tanto pone en evidencia la negativación del sujeto en el Otro y por tanto el ser para la muerte en la dialéctica del amo y el esclavo, que más tarde va a aparecer bajo la forma de la alienación.  La importancia del lenguaje y la introducción del símbolo van a dar cuenta de esta misma realidad con la muerte de la Cosa, la misma que se convertirá en causa del deseo para el sujeto.

Después Lacan definirá la verdad que concierne al sujeto en el lazo al discurso.  El lenguaje aparece como representación, y el sujeto mismo no reencuentra más que su falta en ser al hablar, porque su verdad en el discurso se dice a medias, por tanto esta verdad alude a esta misma imposibilidad de representación del sujeto en su totalidad.  Siempre habrá un significante que falta, por eso nunca alcanzamos a decir todo lo que queremos y como queremos, siempre tenemos la impresión que el lenguaje nos queda corto, tenemos la sensación de dar y dar vueltas sobre el mismo punto, sin la certeza de alcanzar la significación buscada.

Con Roman Jacobson y Ferdinand de Saussure  trae de nuevo al redil el cogito cartesiano según la fórmula “Pienso donde no soy, entonces soy donde no pienso”  lo que lo lleva a una teoría del significante donde la división subjetiva está situada en la estructura misma del lenguaje.

Así pues “…el síntoma se resuelve todo entero en un análisis de lenguaje, porque está él mismo estructurado como un lenguaje, el es lenguaje donde la palabra debe ser restaurada.”[6]   Lo que Freud descubre, Lacan lo funda, con el texto “función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” Lacan funda el inconsciente descubierto por Freud, al relacionarlo con sus condiciones de lenguaje.  Este inconsciente no es una cosa concreta ni una entidad directamente aprehensible, sino el concepto de lo que opera para constituir al sujeto.

Para el psicoanálisis el inconsciente no es un legado, sino algo constituido.  La estructura del lenguaje del inconsciente y de sus formaciones, su carácter articulado, sus lazos estrechos con lo dicho y lo escuchado, conducen a Lacan a afirmar que “el lenguaje es la condición del inconsciente”.

Distingamos “el” lenguaje, lo universal de las lenguas, que constituye la condición de posibilidad del inconsciente, y más claramente lo que da la posibilidad de lo humano, y el inconsciente como tal, estructurado como “un” lenguaje , es decir, como un sistema significante organizado por la relación significante/significado. O si se quiere como un lenguaje particular.  El inconsciente freudiano no tiene nada que ver con un pretendido, por Jung específicamente, inconsciente colectivo.

El síntoma y el fantasma son las bases de la estructuración psíquica del sujeto, el uno como formación del inconsciente, el otro como formación de la pulsión.  Ambos son una respuesta a la singularidad del goce, y por tanto de la singularidad del sujeto.  El síntoma como retorno de lo reprimido apunta a evitar el displacer.  El sujeto prefiere soportar el síntoma que arriesgar la sorpresa del displacer.   El síntoma es para Freud el sustituto de una satisfacción que no ha tenido lugar.  Para Lacan, en cambio, el síntoma es más radicalmente la prueba que el sujeto ha estado confrontado a un goce que se ha fijado en el cuerpo.  Desde ese momento este goce y solamente él, convendrá al sujeto aunque lo rechace. 

La irrupción del goce sexual en el cuerpo  es siempre traumático.  Es una confrontación del sujeto con el empuje de la pulsión de la cual no puede decir nada puesto que el efecto de goce es intraducible en palabras, pero deja su marca entre cuerpo y lenguaje, allí donde no hay respuesta.  El síntoma es un modo de respuesta que ofrece una satisfacción de sustituto, es la interpretación que el sujeto hace de lo que ha pasado por su cuerpo.  El sujeto en el síntoma extrae una satisfacción de allí mismo por lo que sufre, satisfacción paradógicamente mórbida. No hay síntoma en el reino animal porque los animales no acceden al lenguaje, es por esto que el síntoma es visto como una respuesta a una pregunta que concierne a la verdad de su ser.

El fantasma es, en una concepción amplia, comprendido como una pequeña historia que se cuenta un sujeto para obtener un goce sexual.  Lacan llama fantasma fundamental a aquello que sostiene la posición del sujeto en la existencia, allí donde él se cree ser.  Es desde allí que piensa, actúa e interpreta lo que se le dice o lo que se le hace.  Es la lupa a través de la cual ve la vida.  Sólo un análisis permite al sujeto saber cual es el fantasma con el cual él teje su existencia. Porque este fantasma se aprehende en el lenguaje.  El fantasma fundamental se construye a partir de la pulsión que habita al sujeto.  Es quien permite consumar sin saber el goce del síntoma.  El fantasma parece poner al sujeto en posición de objeto.  Así es como, en los mejores casos gracias al análisis, el analizante encuentra su lado escondido:  una escena donde el golpea para no ser golpeado.  La actividad de la pulsión hace que aquel que pega, sea pegado, el que devora, sea devorado, y el que mira, sea mirado; por esto se puede concluir que el fantasma es una formación de la pulsión.

El denominador común entre el síntoma y el fantasma es la pulsión, el análisis consiste, entonces en las idas y venidas del uno al otro.  Situando el rol de la pulsión en la articulación del síntoma al fantasma, Lacan ha precisado sobre lo que debe operar el psicoanálisis y da la oportunidad a los analizantes de terminar sus curas.

Otro aporte fundamental de la teoría de Lacan es la reinterpretación que hace en 1960 de la ética spinoziana del deseo más allá del Bien, apoyado en la literatura griega,
 con la tragedia Antígona de Sophocles.  Con esto Lacan rompe con el hegelismo y se aproxima a Heidegger en su tentativa de franquear los límites de la estética.  Introduce el concepto de goce y lo relaciona con la satisfacción obtenida en el más allá del principio del placer, y lo opone el deseo.   La ética del psicoanálisis es la ética del sujeto del inconsciente.

El psicoanálisis no liga la suerte del sujeto a las significaciones recibidas o al sentido común, preestablecido en la religión, la moral, el derecho, la política, ni incluso la ciencia.  Sino que hace depender esta suerte de los resortes y los modos de la “producción” de la significación y del sentido.  Aquel que adviene como sujeto tiene la posibilidad de escoger la orientación que asumirá.  El significante[7] es lo que permite a cada uno representarse sin por tanto reducirse a esta representación.

Después de la intervención de Lacan, como lo señalan Michel Lapeyre y Marie-Jean Sauret, el goce se divide en goce fálico, goce femenino y goce del Otro, los cuales, sobre todo los dos primeros serán trabajados en el seminario de este fin de semana.

Lacan inventa entre otros una teoría del lazo social que permite dar cuenta de la manera como cada sujeto dispone de los medios para tratar el problema de su soledad, ligada a su particularidad produciendo lo social. 

En resumen podemos decir que Lacan  ha llevado los fundamentos de la técnica de la experiencia psicoanalítica a la palabra y al lenguaje, condición previa a una dirección de la cura  cuyo eje está sobre lo que no se puede decir en ningún caso, lo real.

El discurso analítico no ejerce como tal ningún poder.  Es en esto que su presencia contribuye a volver el lazo social habitable.  Esto depende de lo que los psicoanalistas hagan para que el psicoanálisis sea reinventado en cada cura.

Lacan critica a Freud la noción de desarrollo, con el presupuesto narcisismo primario, y el energetismo freudiano, con la concepción substancialista de la libido y la reducción de la pulsión al instinto.  Más allá de la critica de estos aspectos freudianos Lacan, a través de sus innovaciones en los planos clínico, teórico e institucional, ha renovado con las condiciones que han presidido al descubrimiento del inconsciente.

La teoría lacaniana es bastante amplia, tocar cada uno de los elementos que desarrolla, aunque sea superficialmente, como lo hemos hecho aquí, nos tomaría más que unas cuantas horas.  De todas maneras espero que esta conferencia haya permitido al menos refrescar un poco nuestra memoria sobre la historia del psicoanálisis para quienes ya la sabían, y para quienes no, espero que les haya dado una panorámica, aunque sea general, sabemos desde el psicoanálisis cuan importante es hacer el recorrido por la historia en los asuntos que nos conciernen.

Agradezco a todos ustedes por su atención.


Pasto, octubre de 2000


[1] Roudinesco, Elisabeth.   Histoire de la psychanalyse en france. 1.   Editions Seuil, Paris 1986.
[2] Ibid.  pag. 49
[3] Lacan, Jacques.  In escritos.  Siglo XX editores.
[4] Ibid.  El seminario.  Libro XI.  Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Lección 16.
[5] Tomado de LACAN el retorno a Freud  de Michel Lapeyre y Marie-Jean Sauret.  Editions Milan.  Avril 2000.
[6] Lacan, Jacques.  Escritos. 1966
[7] Veáse  “Función y campo de la palabra y el lenguaje” In escritos 1966

No hay comentarios.: